sábado, 3 de diciembre de 2016

Crónicas peruleras. Capítulo XVII: Manco Cápac, que estás en los cielos de Puno


No quería irme de Puno sin despedirme personalmente de mi inca favorito, Manco Cápac, fundador y primer soberano del imperio inca, en cuyo honor los puneños levantaron una estatua en el cerro Huajsapata desde la que domina toda la ciudad y la bahía. Con esa idea, cuando bajamos del barco que nos trajo de la isla de Taquile, propuse al grupo de amigos que conocimos durante el viaje dar un paseo por la ciudad aprovechando las escasas horas de luz que quedaban, antes de partir a Cuzco el día siguiente.


Quedamos frente a la catedral, situada en un costado de la Plaza de Armas, como es tradicional en el urbanismo colonial de la época. La catedral fue construida sobre el llamado "cerco del diablo" un lugar de especial relevancia para los nativos, por ser donde hacían los rituales destinados a agradar al demonio a fin de que éste no les causará daño. A falta de guía, me arrogué de esa prerrogativa para explicar lo que ya había aprendido en otras iglesias coloniales sobre el barroco indígena que en esta fachada también alcanza un alto grado de calidad. Así es que me apliqué en la lectura de las imágenes talladas por un alarife local sobre la piedra caliza con mucha pericia. La fachada se abre como un enorme libro apoyado en un facistol de proporciones catedralicias. Sobre sus ilusorias hojas se despliega un imaginario alfabeto compuesto por decenas de imágenes, donde cada detalle esconde una intención, un mensaje a descifrar, entre las volutas de las flores, las imágenes esculpidas o su posición preponderante o secundaria en el gran escenario de la fachada principal del edificio. En el sitio más destacado el Creador con el orbe en la mano, símbolo del dominio de Cristo sobre el mundo; por debajo las figuras de los santos, el apóstol Santiago a caballo, nuestro Santiago “Matamoros” transformado en Santiago “Mataindios” y los ángeles de la corte celestial en alusión a la simbología propia de la nueva religión católica. Pero resultaba más interesante reconocer entre toda esta iconografía la propia de los indígenas que no se resistían a perder sus señas de identidad y, así, aparecen representados el puma, animal sagrado para los incas, símbolo de fuerza e inteligencia, sirenas con máscaras o las flores de panti, una flor a la que atribuían la virtud de aliviar las penas que en estas fechas de brutal colonización eran, sin duda, muchas. Este mestizaje de lo español y lo indígena, del catolicismo y el panteón incaico, de lo impuesto y de lo sobrevenido allende los mares, es lo que imprime un valor añadido al arte sacro de los países andinos y lo hace especialmente interesante en todos los campos del arte dotándolo de una fisonomía propia y bien reconocida.




Aunque el mirador de Manco Cápac estaba muy cerca de la Plaza de Armas, a apenas cuatro cuadras, nos dejamos acongojar por la altura y el desconocimiento de la ciudad y cogimos un taxi que nos subiese hasta el cerro. Las vistas son magníficas. Desde allí son visibles los otros dos miradores de la ciudad: el mirador Kuntur Wasi, o casa del cóndor, donde éste despliega sus gigantes alas de 11 metros de envergadura a 3.990 metros de altura, para posarse en la tierra sin apenas haber descendido del cielo, o atraparla con sus garras y remontarla por los aires para llevar la ciudad entera ante la presencia de Inti, el Sol, el más poderoso de los dioses incas, y, el mirador Puma Uta en el que un puma erguido sobre sus patas delanteras, con todos los músculos en tensión, protege vigilante la ciudad de Puno, simbolizando a la vez al Titicaca que en aimara y quechua significa “Puma de Piedra”, el mismo cuya sigilosa silueta transformada en el mismo lago, salta para dar caza a una vizcacha, una liebre andina de considerable tamaño.

 

Emocionado por la presencia de aquel semidiós que señala con su dedo índice las aguas del Titicaca, de donde emergió con su hermana Mama Ocllo para fundar Cuzco, no reparé en la llamativa deformidad de Manco Cápac a quién subí a rendirle pleitesía. Fue más tarde, viendo mis fotografías, cuando me di cuenta que el autor de la estatua no estuvo muy acertado en la talla. Era evidente que nunca oyó hablar de Policleto, el escultor más célebre de la Antigüedad clásica que en el s. V a.C. escribió el Canon donde define la belleza y cómo se relaciona ésta con la proporción. El griego estableció que un cuerpo armonioso debe tener la altura de siete cabezas y en el caso de Manco apenas llega a cinco. El resultado es un inca cabezón aunque muy digno, tocado con todos los símbolos de la realeza: la mascapaicha, una borla de lana roja con incrustaciones de oro acabada en cuatro mechones de lana anaranjada y con plumas de korekenke, el ave sagrada con poder adivinatorio que acompañaba a Viracocha, dios-sol, y un cetro de oro con poderes mágicos que en su búsqueda de un lugar donde establecer la capital de los incas le permitió reconocer las fértiles tierras de Cuzco.

Descendimos a pie por un sendero del cerro que nos dejó a los pies de la catedral en apenas diez minutos. Curiosos pasamos a visitar el Museo Municipal Carlos Dreyer, un museo de apariencia tan humilde que incluso tuvimos que iluminar algunas piezas con la linterna de los teléfonos para poder verlas. La calidad y cantidad de objetos que vimos nos dejó sorprendidos. De la mano de un guía, tan ilustrado como todos los que conocimos, recorrimos sus salas repletas de objetos preincaicos pertenecientes a la cultura de Tiahuanaco que alcanzó su máximo apogeo con los aimaras: orfebrería en oro y plata, esculturas líticas, colecciones de monedas y restos de tejidos, todo muy bien conservado.


La algarabía de una sonora orquesta que lanzaba al frío aire de la noche puneña estridentes sonidos agudos, nos sacó del museo. Llevaban en andas a la virgen del Carmen. Detrás una comitiva de autoridades y personas vestidas de gala con sus vistosos trajes regionales dejaban atrás la catedral hasta perderse en la oscuridad de la empinada cuesta que sube al cerro Huajsapata quizás, ¡quién sabe!, buscando la bendición de Manco Cápac. 

Los ecos de los instrumentos de viento se fueron apagando hasta desaparecer. Comenzaba a hacer mucho frío. También nosotros regresamos a nuestros hoteles. En la Plaza de Armas se quedó velando nuestro sueño el coronel Francisco Bolognesi, héroe de Arica, al que un agradecido comité de damas puneñas levantó una estatua en su honor. 

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