jueves, 15 de diciembre de 2016

Viaje a través de los Campos Góticos. Capítulo II: El poder de la mitra





Tras estrechar cordialmente la mano de Recesvinto, deseosos de atraer la baraka que la leyenda le atribuye a aquellos a quienes encajen sus dedos en la huella del rey godo, nos despedimos de él y, con la suerte inoculada entre los dedos, partimos hacia Villamuriel de Cerrato.
A escasos kilómetros, tras sortear un laberinto de carreteras alcanzamos el puente románico que atraviesa el río Carrión, que conduce directamente a las puertas de la ciudad anunciada desde lejos por la poderosa torre de la iglesia de Santa María la Mayor, que por su porte diríase construida más para llamar a la guerra que a los oficios religiosos.



A escasos tres kilómetros, en dirección sur del casco urbano, se encuentra Soto Albúrez, un paraje que queríamos visitar. Tiene el inconveniente para los forasteros que el acceso es a través de inciertos caminos de tierra carentes de una adecuada señalización. Preguntamos a un paisano de avanzada edad y tras advertirnos que allí no había nada de interés nos indicó como llegar. En las bifurcaciones bastaba con tomar siempre el camino de la derecha. Rebasamos un voluminoso rimero de remolachas amontonadas en la linde de un campo y al poco asomó por la derecha una larga línea de chopos que supuse iban escoltando las aguas del Canal de Castilla.


Aparcamos junto a una pequeña área recreativa y sin esperar a que los demás bajasen del coche me dirigí al Canal. Quería asegurarme antes que nadie si la elección había sido acertada o no. Lo que vi me satisfizo tanto que me apoyé en el pretil de la presa. Un profundo suspiro de satisfacción escapó de mi pecho. ¡Qué maravilla! Allí estaba la triple esclusa de Soto Albúrez alimentándose de las aguas que emergían de la niebla avanzando lentamente entre los juncos de la ribera para precipitarse por ella en cortas pero vistosas colas de espuma y delicadas cortinas de agua. Una profunda hendidura surcaba la superficie de la tierra, justo en un desnivel del terreno entre una loma y un llano. Los bordes de la cicatriz habían sido  cuidadosamente cauterizados por los alarifes con sillares de caliza cortados a cartabón, dejando a ambos lados estrechas sendas bien enlosadas que se asomaban al fondo del cauce sin mediar barandilla alguna.




Cuando planifiqué la visita al Canal consideré visitar solo los lugares más emblemáticos ante la imposibilidad de recorrer los 207 kilómetros que suman los tres ramales que lo conforman (eso queda pendiente para otra ocasión y otro tipo de viaje) y Soto Albúrez era uno de ellos. La peculiaridad es que solo aquí pueden verse juntas los dos tipos de esclusas que se construyeron en esta increíble obra de ingeniería destinada a facilitar el transporte de los cereales de Castilla al puerto de Santander para su exportación. Las primeras y más antigua tienen forma oval, siguiendo un diseño de Leonardo da Vinci. Quizás fuese el espíritu del genial florentino el que hizo posible hacer algo tan bello de una cosa tan simple. Al ensanchar el centro, este tipo de esclusas permitían el paso simultáneo de dos embarcaciones pero la ejecución de la obra era más lenta y cara por lo que acabaron siendo sustituidas por otras rectangulares de menor coste y construcción más rápida, cuando el Canal se privatizó en el s. XIX ante la imposibilidad del Estado de seguir costeándolo. Una vez más la estética se doblegó a lo funcional pero afortunadamente de un total de 49 esclusas, nos quedaron 34 ovales y las 15 restantes, rectangulares. Juntas salvan un desnivel de 150 metros después de sortear numerosos accidentes del relieve, como arroyos y ríos, que hicieron necesario construir puentes e incluso acueductos como el de Abánades sobre el río Pisuerga.

Regresamos a Villamuriel e hicimos un alto para comprar pan y visitar la iglesia de Santa María. Exteriormente es una mole donde se encajan elementos de diferentes estilos, desde su bella portada románica del s. XIII a las elegantes escaraguitas o garitas ornamentales del S. XV adosadas a su muro, sin embargo, para mí, lo más destacable es el magnífico cimborrio octogonal que corona el crucero, rematado por doble hilera de ventanales. Técnicamente era muy complicado para la época elevar a tanta altura un volumen semejante. Otras iglesias lo intentaron y se vinieron abajo. En el interior se despliega un bosquecillo de sólidos pilares y columnas adosadas, arcos tímidamente apuntados que anuncian la irrupción del nuevo estilo, el gótico, que en poco tiempo causará furor por toda la Cristiandad.


Obviamente, una obra así necesitaba una financiación muy solvente. ¿Quién podría haber estado tras ella? Descubrí la clave casualmente, observando un segmento de arco que arrancaba del mismo muro de la iglesia. Curioso por saber adónde llevaban los restos de esa portada semidestruída y abierta a la nada, pregunté a unos vecinos que se encontraban junto a mí. Uno de ellos me dio la respuesta. En ese lugar hubo un palacio que sirvió durante siglos de residencia a los obispos de la diócesis de Palencia hasta que los Comuneros, en guerra abierta con el recién nombrado Carlos I, lo arrasaron en 1520 por venganza contra el obispo que allí habitaba, fiel partidario del rey y representante del poder opresivo del señorío episcopal que ejercía sobre el pueblo.











 
Posteriores visitas a otras iglesias diseminadas por la provincia de Palencia, tan magníficas que alcanzan la categoría de catedrales, me llevaron a indagar sobre el poder de la Iglesia en esa zona, a mi regreso a casa. Encontré una explicación satisfactoria en diversos textos donde hablan del poder episcopal en los Campos Góticos desde la temprana edad del dominio visigótico. Los obispos de la diócesis, personajes muy influyentes en las Cortes, tuvieron un peso específico muy importante en todos los concilios que se celebraron en Toledo hasta la invasión musulmana. Tras la derrota y expulsión de los sarracenos, los reyes cristianos restauraron sus privilegios, fuente de riquezas que les permitieron ejercer de mecenas y elevar a mayor gloria de Dios y de ellos mismos, buena parte de estos impresionantes edificios que hoy tapizan Tierra de Campos.

 


 

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