miércoles, 14 de junio de 2017

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4 junio 2017

Frente a la férrea voluntad de un grupo de viejos amigos de pasar un fin de semana juntos, las peores previsiones meteorológicas no fueron una amenaza, como tampoco lo fue la distancia. Bastó el sano deseo de querer compartir espacio y tiempo en Alcanadre, un pueblecito riojano, para que algunos salvasen distancias considerables y acudiesen a la llamada dejando hacienda, familia y negocios por un par de días con la fe de los conversos. Y todos recibimos el ciento por uno, com...o en el evangelio de San Marcos. Así se muestra la generosidad de la amistad, recibiendo mucho más de lo que se da. De nuevo la camaradería de época estudiantil surgió tan espontánea como las risas y atrajo el frescor de la juventud en torno a una mesa, una bodega, un monasterio, una iglesia, un puente, un paseo por el campo. Tocados por el don de lenguas el entendimiento fue absoluto en todo momento a pesar del​ vino. Nunca, desde mi boda, Alcanadre se vio tan lleno de buenos manchegos.










 






 
7 junio 2017

Sábado, 3 de junio, la lluvia repiquetea de madrugada en los cristales de la ventana. En la oscuridad del dormitorio improviso un nuevo plan para evitar los caminos embarrados de la ruta que íbamos a hacer esa mañana a la ermita de Aradón. En su lugar pisaremos el asfalto mojado de Estella, un bonito pueblo navarro próximo a Alcanadre. A la altura de Ayegui se anuncia el monasterio de Irache. Su irresistible cabecera románica enmarcada por las verdes vides y el pico de Montejurra, invita a bajar. Desde el primer momento sorprende la iglesia medieval y el claustro plateresco por el fino labrado de sus piedras. Camuflado en un capitel, un monje obeso apura a hurtadillas una copa de vino de la bodega vecina. El monasterio fue casi todo lo que puede ser un edificio como se manifiesta en la superposición de estilos y anejos: hospital de peregrinos, universidad, acuartelamiento, colegio de curas, parador y, en la actualidad, un bonito lugar donde perderse.

Casi sin salir de Ayegui entramos en Estella, plena de iglesias románicas que compiten entre sí por el título de la más bella, herencia en piedra del Camino de Santiago que hizo de la villa una próspera ciudad mercantil. En torno al meandro del río Ega se levantaron los barrios viejos, cada uno con su parroquia (San Miguel, San Pedro de la Rúa…) unidos por el Puente de la Cárcel, de un solo ojo como el cíclope Polifemo, reconstruido siguiendo el modelo del viejo puente del s. XII. Quedaron muchas cosas sin visitar porque el tiempo huye irreparablemente, como cantó el poeta pero siempre nos dejará un buen pretexto para volver.







 


 

 


8 junio 2017

En tierras de Estella no cayó una sola gota en toda la mañana demostrando a Google que nada es infalible salvo la muerte. Fue a mediodía, poco antes de asar las chuletillas, cuando convertidas en aguacero se presentaron con gran alboroto de truenos en la puerta de la bodega acompañando a Esperanza, la rezagada compañera y sufrida atlética, que vino de Madrid huyendo de la previsible celebración merengue sobre la Juventus que su marido, hijos y otros amigos vikingos habían preparado en su casa. Como nada es eterno, a media tarde escampó y bajamos paseando hasta la Barca, un hermoso paraje junto al Ebro rodeado de huertas, frutales y viñedos, muy próximo al pueblo. Donde hoy hay un merendero, antaño hubo una barcaza que amarrada a una sirga de acero cruzaba el río cada día cargada de hombres y bestias para llevarlos al Campillo, un trozo de la Rioja en tierras navarras por donde se extiende la feraz huerta alcanadresa. Una crecida le cortó el débil hilo que nos une a la vida y la arrojó aguas abajo. De su memoria solo queda medio oculto entre la vegetación el sólido punto de amarre, casi un homenaje a Chillida, y un pilar de hormigón al que permanecen anclados los restos del cabestrante y sus ruedas dentadas oxidadas. A dos pasos se encuentra la vieja central eléctrica, donde el soto toma proporciones de enmarañada selva por la abundancia de zarzas que la hacen impenetrable. Desde el dique que represa las aguas para abastecer las turbinas, hay maravillosas vistas del Ebro, como muestra la fotografía de Acacio, donde las ramas de un tilo reflejadas sobre la superficie caracolean sobre el Ebro en un portentoso juego de luces. Disfrutamos del paseo mientras las conversaciones se multiplicaban en todas direcciones y las cámaras captaban imágenes como estas otras de Mercedes que desmienten​ el dicho que “no se pueden poner puertas al campo”














10 junio 2017

El domingo amaneció el pueblo baldeado por las lluvias​ nocturnas. Desparramados por el suelo de la plaza todavía perduraban algunos charcos de agua que daban apariencia de cristales rotos destelleando al paso de la tenue luz que se filtraba entre los escasos claros que se abrían entre las nubes. Desde la terraza se divisa una amplia panorámica sobre los tejados de Alcanadre y el campo que le rodea, ocasión que no desaprovechó Úrsulo para captar la bella rusticidad de las tejas alineadas, el juego de volúmenes de los edificios o el vacío abierto de la plaza. La humedad impregnaba de color opaco la materia reavivando sus tonalidades. El cielo gris plomizo que se extendía desde la Sierra de la Hez hasta el valle del Ebro presagiaba nuevas precipitaciones haciendo muy creíble, en esta ocasión, el icono de la nubecita despidiendo rayos y gruesas gotas de lluvia de la aplicación de Google, pero la decisión de ir a la ermita era irreversible. Comenzó a chispear nada más llegar a la cumbre del monte. Buscamos refugio entre las matas de carrasca y cuando escampó nos lanzamos decididos cuesta abajo con la mirada puesta en las imponentes Picas de Aradón, unos cortados de agudos bordes que amenazan con derrumbarse a cada momento sobre el Ebro. Apenas andamos unos metros, un relámpago iluminó brevemente el espacio; una sucesión de truenos secos trajo consigo la anunciada tormenta que descargó baldes de agua sin consideración alguna sobre nosotros. Buscamos refugio bajo los paraguas que previsoramente habíamos cogido y de dos en dos, abrazados como amigos enamorados, emprendimos el paseo hacia el pueblo. A la izquierda vimos a los buitres varados en las cornisas de las escarpadas paredes de yeso y arcillas; a la derecha el exuberante Soto amamantado por el agua mansa del Ebro que levantaba comentarios de admiración entre mis paisanos manchegos al ver esa fuente de vida fluir entre los campos. Calados hasta los huesos como la misma tierra que embarraba nuestros pies, llegamos a Alcanadre. Aquel inconveniente quedará en nuestra memoria como un paseo inolvidable bajo la lluvia, tan vivificante para nosotros como para la misma tierra que empapó, nada que no pudo poner remedio un par de blancos en el bar de la Puri.


 




 


































11 junio 2017

Desde hace unos días estoy enfrascado con el Quijote por razones que explicaré en otro momento. Hasta ahora había hecho muchas lecturas transversales pero desordenadas que me sirvieron para hacerme una idea de la trama de esta extraordinaria novela de nuestro fecundo Siglo de Oro, pero nunca la había leído con la seriedad que corresponde a esta obra universal de la literatura española. ¿Dije con seriedad? No, no es posible leer el Quijote con seriedad porque la sonrisa, cuando no la abierta carcajada, asoma capítulo tras capítulo. Tan embebido me ha visto mi mujer en la lectura que me ha advertido que terminaré tan chiflado como mi ilustre paisano con la diferencia que yo me quedaría en el limbo de los orates desconocidos y sin los laureles que coronan la cabeza del loco más genial de todos los tiempos: Alonso Quijano, el Caballero de la Triste Figura. Cervantes es a la escritura lo que Goya a la pintura, un retratista de la psicología de sus personajes. Con un léxico muy rico, el uso de la ironía fina y diferentes niveles de registro que se acomodan con exactitud al lenguaje del villano o del poeta, describe situaciones tragicómicas desternillantes que te impelen a seguir leyendo compulsivamente. Eso solo es posible si detrás hay un hombre con un bagaje cultural como el de Cervantes, nuestro Virgilio manchego, un hombre de cultura prodigiosa, conocedor de las fuentes clásicas, la mitología, la historia Sagrada y la contemporánea, la novela épica y pastoril o la idiosincrasia de su época. Con todo ello forma un cóctel con el que dará inicio a la novela moderna. Todo un ejemplo a admirar, no a seguir porque sería prácticamente imposible estar siquiera a la altura de los zapatos del bien llamado Príncipe de las Letras.




12 junio 2017

No escribo esto con ánimo de buscar tres pies al gato, pues aunque tres sean los de las imágenes, dos son míos y el otro, algo más imperfecto, del David. La cosa es que tomando un café en la terraza de casa reparé en ellos y me vinieron a la mente las láminas que nos daban en el colegio para copiarlas en las clases de dibujo. Para mí los tengo como lo mejor de mi cuerpo por sus contornos bien definidos, correctas proporciones y longitud ajustada al canon clásico de belleza que da como medida exacta la que va desde el codo de mi propio brazo hasta la muñeca, que es la misma longitud que hay desde el talón hasta la punta del pulgar del pie. Por añadidura tengo los dedos ligeramente encorvados como cuellos de corceles dispuestos a lanzarse en veloz carrera, armónica curvatura plantar, venas y tendones discretamente marcados o talón que ya hubiese querido para él, Aquiles el griego. Si en su desnudez son hermosos, recogidos en las sandalias les dan porte de emperador romano o de iracundo profeta. De lo que estoy seguro es que de haber alcanzado a verlos el Divino Miguel Ángel, los hubiese inmortalizado.






14 junio 2017

Hace bastantes años la mano invisible del destino me ofreció un libro que, como casi todos los buenos que he leído son fruto del azar o, al menos, siempre he tenido esa sensación. Es el caso de éste que acabo de releer, "Un viejo que leía novelas de amor" del chileno Luis Sepúlveda. No recuerdo el lugar donde lo vi por primera vez, quizás en Valladolid, pero fue un amor a primera vista. Me ofrecieron una habitación donde dormir en casa de algún compañero de trabajo. Sobre el... cabecero de la cama había varias baldas bien provistas de libros; curioseando me llamó la atención uno de lomo delgado y portada muy vistosa, plagada de animales tropicales que hasta no hace mucho tiempo pensé en pintarla a modo de mural sobre la pared del dormitorio de mis hijos. Comencé a leerlo y cuando quise darme cuenta me encontré atrapado en medio de la selva amazónica. Ajeno al reloj que impasible iba devorando la noche, lo fui ultimando a zarpazos como la vengativa tigrilla a sus víctimas. Con un estilo que me recuerda mucho al realismo mágico de García Márquez, Sepúlveda narra la azarosa vida de Antonio José Bolívar Proaño en El Idilio, un miserable poblado de cabañas perdido a orillas de un río amazónico. Cuando lo vi en la Feria del Libro expuesto sobre el mostrador de una librería, no dudé en comprarlo para​ regalárselo a Luis, mi doble de 29 años, que también lo leyó en un santiamén. Ahora lo haré circular entre los amigos para que puedan tener también la sensación de que la mano mágica del destino es tan alargada como real.












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