viernes, 22 de julio de 2016

Crónicas peruleras. Capitulo II: viaje Madrid - Lima


Pocas horas antes de partir a Perú quedan escritos a tiza sobre el pizarrín de la cocina los preceptivos recordatorios de mi mujer a nuestros hijos y, tras una copiosa merienda de ibéricos y  buen queso, nos despedimos de Madrid por unos días.
En el aeropuerto, convertido con los siglos en la nueva puerta de embarque al Nuevo Mundo, lejos del bullicio de las ruidosas gaviotas y  la brisa salada de la mar océana, nos  salieron al paso las primeras caras de viejos conocidos. Imagino que en un alarde de confraternizar con las antiguas colonias, convertidas hoy en orgullosas naciones, algún diplomático aconsejó al gobierno hacerles un guiño y exponer en un mural de tonos grises, los rostros serios y nobles de sus glorias patrias, los libertadores criollos José Martí, Simón Bolívar, San Martín y el indígena alzado contra el represivo imperio español, José Gabriel Condorcanqui, más conocido  como Túpac Amaru II.






Los héroes salidos del pincel de Oswaldo Guayasamín, también conocido como “el pintor de las Américas”, se quedaron anclados en su pose pero sus huestes se desparramaban por las salas de la terminal T4. Rostros de cobre, personas de complexión fuerte y baja estatura regresaban a algún lugar de Tahuantinsuyo, el viejo imperio Inca hoy desaparecido.


Deseoso de empezar a conocer Perú de fuentes directas, no tardé en entablar conversación en el avión con Olinda, una señora mayor de cara arrugada, natural de Trujillo, al norte de Lima, que venía con su hija Lucía de visitar España. Curiosa, nos miraba con disimulo mientras nos hacíamos unos selfies. Tan cerca y pendiente estaba que salió en uno y se lo mostré  "señora, usted también ha salido, mire".


Hablamos de las cosas que conocieron y de nuestro plan de viaje. Entrados en conversación y, sin venir a cuento, me hizo este comentario "es mejor que no mencionen a Pizarro porque ese hombre nos fregó"  ¡Vaya, le dije, no me diga que es cierto que los españoles no somos queridos en su país! Lo he leído en varios blogs de viajes. Una mueca en su cara me lo confirmó. Pues empezamos bien ¡y yo con barbas de conquistador!


Olinda es una patriota peruana que ha votado a "la China" como conocen allí a Keiko, la hija de Fujimori. Apenas asomó por el pasillo del avión el carrito con la cena empujado por la azafata, Olinda, y ya segura de estar en un trozo flotante de Perú ensamblado en el fuselaje del Boeing, comenzó a ensalzar a la aerolínea LATAM, acrónimo de Línea Aeropostal de Transportes Aéreos Meridionales. Resultó estar muy enojada con Iberia dónde, según me dijo, nos les dieron ni un triste vaso de agua en el vuelo Madrid-Barcelona. Con tono jocoso le comenté que 500 años después de habernos gastado la plata y el oro de Perú, los fregaos éramos los españoles, lo que creo le causó cierto regocijo a juzgar por la media sonrisa que dibujó en sus labios. Y henchida de orgullo patrio me aconsejó vivamente, hasta el punto que creí que me haría jurarlo, que no usase dentro del país otras aerolíneas que no fuesen las peruanas.


Cené sin hambre, por educación, porque nunca rechazo un plato de comida por mala que esté, y lo rebañé entero, también por educación y sin tener hambre; y bebí sin tener sed porque me ofrecieron un vino chileno y una cerveza que nunca había visto: la Cusqueña, una pilsen dorada con el Machu Picchu en su etiqueta y la chapa y los pétreos muros de Sacsayhuaman en relieve. ¡Qué ilusión, joder! Ya empezaba a compartir con los incas sus cosas de estar por casa.


La noche avanzaba y Morfeo se había olvidado de acudir a mí, o quizás me viese tan entusiasmado escribiendo estas líneas que desistió de hacerlo convencido de la inutilidad del esfuerzo.



En la oscuridad del avión resaltaban en la pantalla los continentes de Eurasia, África, Antártida y América y sólo cuatro ciudades de referencia, no sé con qué criterio: Madrid por razones obvias, Abuja, capital de Nigeria, Washington y Salvador de Bahía. Y ya, en pleno océano Atlántico, la silueta de un descomunal avión de la misma superficie que España.





Me llamaba la atención el verdor que cubría el Sahara, tan intenso como el de las verdes praderas americanas donde pastaban los búfalos. Pensé en que quizás habría que hacer una reclamación a la IATA para corregir este despropósito geográfico.









El avión seguía su vuelo ¡gracias a Dios! sobre el fondo azul del océano. Los continentes desaparecieron de la pantalla. Abajo solo había agua y más agua. ¡Qué temerarios somos los humanos!


Con la noche cerrada y tras tres horas de vuelo el cansancio comenzó a apoderarse de mí. Me acomodé como pude y cerré los ojos. La imposibilidad de coger una postura correcta y el molesto dolor de cuello me hizo pensar en un hombre-llama. Sería fabuloso, pensé, poder desarrollar en este momento un cuello tan largo como el del camélido andino, que saltase por encima del respaldo del asiento y buscase un acomodo firme a mi cabeza y, así, poder dormir entre sus vellones de lana unas horas.

Cuando desperté el mapa de América comenzaba a ser más preciso. La estela del avión había dejado atrás el resto del mundo. Salvador de Bahía dejaba de ser la única referencia del Cono Sur. En lontananza se asomaban nuevas ciudades: Caracas, Bogotá, Quito y Guayaquil.

Casualidad o no, las turbulencias comenzaron nada más asomarnos a Venezuela. Es como si el espíritu del comandante Hugo Chávez y sus bolivarianos hubiesen llevado también la tensión a los cielos. El vuelo discurría con un sordo ruido de motores sobre el agreste macizo de Canaima, al sur del Orinoco, ese poderoso río cuyas aguas tuve la dicha de surcar en el año 96 camino a Ciudad Bolívar, la ciudad del hierro. Poco a poco las turbulencias fueron desapareciendo. El marcado relieve montañoso que indicaba la pantalla fue cediendo a favor de las extensas llanuras de la cuenca amazónica. Ciudades míticas y literarias se anunciaban allí abajo, Manaos e Iquitos. Ambas forman parte de mis sueños viajeros. Habrá que despabilarse antes de que la artrosis decida hacer de mis huesos una ruina corroída de óxido.

La última vez que crucé los Andes fue en coche, en el año 95, desde la provincia argentina de Neuquén para ir a Puerto Chacabuco, en Chile. Recuerdo que paré el coche y arrodillado besé emocionado las faldas de sus montañas con la misma pasión que hubiese besado las pantorrillas de una bella mujer. Un espectáculo grandioso para un manchego que con la perspectiva de una hormiga contemplaba cómo se alzaban imponentes los picos, cómo el cauce de los torrentes corrían desbocados y anárquicos sobre grises rocas hasta alcanzar el fondo de los valles cubiertos de espesa vegetación.


De nuevo los cruzo hoy pero, en esta ocasión, por el aire, a vista de pájaro, de pájaro recio y fuertes plumas para resistir las heladas temperaturas de sus cumbres. No puedo describirlos porque sigue siendo noche cerrada pero puedo imaginarlos muy bien. Desde las alturas se verían como una procesión del Santo Sepulcro vista desde un balcón: una cadena de blancos y afinados picos como los capirotes de los penitentes.


Seis mil millas más al Oeste, con el viento de cola, el nocturno pájaro de hierro que nos transportaba en su enorme estómago, posó, al fin, sus patas sobre Lima y dio por finalizado su salto gigante en el juego de una comba cósmica en la que sobrevoló sobre varias decenas de meridianos en unas escasas doce horas, muchas menos que nuestros conquistadores hubiesen tardado en vadear cualquiera de esos ríos que dejamos abajo.


Los caminos del imperio incas quedaban abiertos para nosotros durante los próximos once días.


(1) Perulero, ra

1. adj. Natural del Perú, país de América.
2. adj. Perteneciente o relativo al Perú o a los peruleros.
3. adj. Indiano que regresa del Perú. 












2 comentarios:

  1. Para cuándo el siguiente capítulo? Me encanta!!! Me he quedado con ganas de seguir leyendo

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  2. Me ha encantado esta lectura en tecnicolor. No tiene Canon megapixels suficientes para sacar tanto detalle en sus fotografías. Enhorabuena.

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