viernes, 22 de julio de 2016

Crónicas peruleras. Capítulo I: Prolegómeno viaje a Perú


Al fin, después de tanto tiempo, tanto como desde el que conocí a mi mujer hace ya más de 30 años, parece inminente que vamos a cumplir un viejo sueño: visitar Machu Picchu. Sin embargo, he de confesar que yo ya había estado allí mucho antes, tanto como mi memoria es capaz de alcanzar.

Todo empezó en mi infancia con la portada de un tebeo: “Tintín y el Templo del Sol”. Transmutado en Zorrino, el joven indio quechua ataviado con el chullo, un gorro con orejeras tejido con lana de alpaca,   hice de guía para el intrépido Tintín y el viejo capitán Haddock en su búsqueda del chiflado profesor Tornasol.


Ahora, no muy lejos de los 60 se presenta el momento de hacer realidad ese sueño antes de que los imprevistos del futuro le pudiese hacer zozobrar. Si antes no lo hicimos fue porque carecíamos de medios, luego tuvimos medios pero no tiempo, así es que, ahora que disponemos de ambas cosas y seguimos unidos, es el momento de hacerlo antes de que algún día nos falte una u otra, o las dos, o lo que es peor, nos falte salud.


Es jueves, 7 de julio, festividad de S. Fermín. Hace una espléndida mañana, un receso en el tórrido verano madrileño. La tormenta de anoche refrescó el día. El cielo está cubierto y corre un aire fresco que reconforta los sentidos e invita a sentarme en la terraza para comenzar el relato de nuestro viaje a “las Maravillas del Perú”. Así es como se llama el circuito que mañana iniciaremos por el viejo Virreinato español.


Los días previos al viaje han sido intensos. Con el espíritu abierto como las alas de un cóndor, he pasado largas horas planeando sobre la geografía de los valles, volcanes, montañas y lagos que vamos a recorrer.




He releído la historia de las culturas precolombinas ubicándolas en el espacio y el tiempo, las leyendas de la mitología, la sucesión de los reyes incas y los tiempos de la conquista, ojeado numerosos artículos de lo más variopintos, desde la taxonomía de los camélidos andinos hasta la vegetación característica del altiplano.





He asimilado términos aimaras y quechuas, descubierto glorias de la literatura, indagado los nombres de los prohombres que pueblan los callejeros de las ciudades, incluso hasta los ingredientes de los platos nacionales. ¡No quiero perderme nada!



La mochila está llena y el camino nos espera. Vamos a corazón descubierto ávidos de llenar los sentidos con ese mundo tan lejano, conocido y desconocido a la vez y, sobre todo, tan deseado.


No sabemos qué nos deparará el futuro pero al menos vamos a compartir este sueño del pasado.




4 comentarios: