martes, 7 de marzo de 2017

Crónicas peruleras. Capítulo XIX: Viracocha, “Dios de la Creación” desahuciado y ajusticiado por los conquistadores.

9:12

Desde Pucará proseguimos viaje en dirección noroeste por la carretera 3S que une Bolivia con Puno y Cuzco. La ruta discurre por un valle de montaña paralela a un largo y serpenteante río que cambia de nombre tantas veces como la culebra de piel. Según la importancia de la localidad que atraviese, el río se llamará Pucará, Ayaviri, Santa Rosa, Vilcanota o Urubamba, siendo estos dos últimos los más conocidos por estar íntimamente vinculados a la historia del incario. Conforme avanzábamos el valle se iba estrechando y nosotros tomando apariencia de hormigas con sombreros y gafas de sol en las faldas de aquellos imponentes glaciares nevados que se aglomeran en La Raya, el límite entre los departamentos de Puno y Cuzco. Allí mismo paró el autobús para visitar uno de los numerosos mercadillos locales que jalonan las carreteras más turísticas de Perú. Entre todos los que conocí, éste tiene un encanto especial por las panorámicas que se alcanzan a ver desde su privilegiado balcón natural. Diríase que Viracocha, el Dios Creador de todas las cosas”, emplazó al nevado Chimpulla, que se alza cubierto de nieve hasta los 5.489 metros, como fondo del escenario del idílico paisaje que daba cobijo a los frutos de las hábiles manos de artesanos y tejedores. Sobre las fibras de lana de los tejidos multicolores, pareciera que se hubieran posado como mariposas, legiones de arcos iris.























Siguiendo el curso del río Vilcanota, a tiro de piedra de San Pedro de Cacha, se encuentra el conjunto arqueológico de Racchi que en el período de máximo apogeo del incanato albergó el mayor
templo conocido de Viracocha, así como numerosas edificaciones de carácter administrativo y militar construidas entre el 1450 y la llegada de los conquistadores españoles, momento en que fueron bruscamente abandonadas.





Una vez más el conocimiento de la historia se revela como instrumento esencial para comprender el valor de aquel conjunto,  sin cuyo auxilio, los restos que allí se encuentran no pasarían de ser misteriosas ruinas esparcidas entre campos de maíz y papas. Afortunadamente contábamos con un excelente guía de la agencia de viajes que nos ayudó a completar mentalmente el vacío que había dejado el paso de los siglos en aquellas construcciones.

En torno a una gran plaza se articulan varios espacios. En uno de ellos sobresale un gran muro de adobes de barro horadado por ventanas y puertas trapezoidales; éste se alza sobre un zócalo de piedras muy bien pulidas y perfectamente encajadas, arte en que los incas eran maestros supremos. Es todo lo que queda del templo de Viracocha. Expulsado de su propia casa, Él, que había dado vida a los hombres que talló en piedra, Él, que moldeó la Tierra e hizo el cielo, tuvo que huir ante la presencia de mortales cubiertos de refulgentes corazas de hierro. Buscó refugio en Cuzco para ponerse a salvo de la furia iconoclasta de aquellos arrojados conquistadores a los que solo movía la codicia y el brillo del oro, pero tampoco allí encontró la paz. Siglos después su estatua decapitada fue hallada semienterrada en la capital imperial. Su cabeza fue enviada a España, donde a modo de reliquia se le trata con el respeto debido en una vitrina del Museo de América de Madrid.





En otro costado de la gran explanada se levanta un grupo de viviendas dispuestas simétricamente, conocidas como los cuarteles de Chasqui Waki, cuya verdadera función se ignora. Separados de ellos por un murete, se disponen alineadas la mayor concentración conocida de colcas de planta circular del Tahuantinsuyo –imperio inca-, depósitos en cuyo interior se almacenaban toneladas de alimentos posiblemente cobrados como tributos a los pueblos sometidos y vasallos del inca para mantenimiento de sus gentes y del ejército. El conjunto se completa con un gran estanque artificial, fuente ceremonial y andenes asociados a la gran explanada.





El paso al santuario de Viracocha está precedido por una preciosa iglesia colonial del siglo XVIII, erigida en la pequeña Plaza de Armas de Racchi con rocas de diferentes coloraciones procedentes del volcán Quimsachata, las mismas que un día Viracocha, como castigo, arrojó en forma de lluvia de fuego y piedras por no haber sido reconocido por los suyos tras su regreso a la ciudad. La puerta de acceso está flanqueada por sendas torres troncopiramidales que sirven de campanario, rematadas por semiesferas blancas coronadas por cruces que le dan cierto aire mediterráneo. En su interior hiere la vista el blanco de sus paredes que trepa hasta las vigas de madera de la techumbre. Un revuelo de tres arcángeles sobre el muro rompen la monocromía. Las imágenes de la Virgen del Rosario y San Miguel, ataviados al modo indígena presiden la nave desde el altar. Sospecho que en esa sencilla parroquia desprovista de adornos, los Evangelios deben ser más fáciles de imaginar. Cuando subimos de nuevo al autobús dejamos atrás un alboroto sordo de artesanos y vendedoras soplando ocarinas de barro para atraer la atención de los turistas que bullían por la apacible plaza de Racchi.







En su marcha hacia la conquista de Cuzco, Francisco Pizarro también hizo un alto en Andahuaylillas aunque no tuvo ocasión de visitar la iglesia de San Pedro Apóstol por estar ocupado ese espacio por una guaca -lugar sagrado para los indígenas- sobre cuyos restos, aun hoy visibles, se edificó en el s. XVII el templo conocido como la “Capilla Sixtina de América” por la profusión de su decoración.



En su interior deslumbra el resplandor del pan de oro que impregna como lluvia fina los altares, el espectacular artesonado mudéjar cuajado de flores y frutas y los enormes marcos de los cuadros pintados por los mejores representantes de la escuela cuzqueña. A ojos de los jesuitas, que sin duda se habían tomado muy en serio el papel de embajadores de Dios en la Tierra, aquella demostración de riqueza, tan acorde con el gusto barroco imperante en Europa, resultaba muy eficaz para mostrar al humilde indio la grandeza del Reino de los cielos y su sometimiento a la Fe católica. El himno procesional Hanacpachap cussicuinin (“Alegría del Cielo”) en honor a la virgen, compuesto en quechua por el párroco del templo, ayudaría a los indígenas más devotos a alcanzar la Gloria a la que tan a menudo les enviaban los avaros conquistadores y crueles encomenderos .
En el exterior, desde las gradas sobre las que se alza San Pedro Apóstol, la vista de la enorme plaza cubierta de pisonayes en flor y otros árboles tropicales invitaba a pasear por el bonito pueblo colonial que con sus casas balconadas, techos de teja de barro cocido, fachadas enjalbegadas, mercadillos al aire libre y el cielo azul celeste me traían certeros recuerdos de Canarias y Andalucía. Sin duda, el efecto benefactor de los toritos de Pucará, enseñoreados en los tejados, protegen y colman de felicidad a los habitantes de Andahuaylillas y a los afortunados turistas que pudimos pasear por sus calles.







lunes, 6 de marzo de 2017

Post Facebook 2017 marzo

7:14







3 marzo 2017


Después de una larga ausencia de 33 años, he vuelto a pisar la enorme Sala General de lectura de la Biblioteca Nacional. En esta ocasión no iba a preparar ningún examen de historia ni en busca de los ansiados canapés que sacaban tras la presentación de algún libro, verdaderos manjares en la boca hambrienta de estudiantes de economía estrecha. Hoy he pasado por la puerta grande, por donde siempre solíamos hacerlo, escoltada en la escalinata por los titanes de nuestra literatura nacional. Lo he hecho acompañando orgulloso a mi primogénito que quería pasar a conocerla. La sala estaba mucho más vacía que entonces; apenas un puñado de heroicos usuarios, supervivientes a la epidemia de Internet que despobló estos lugares, sentados en cómodos sillones forrados de escay, trabajando en silencio monacal reclinados sobre las enormes mesas corridas. Pero esto no ha restado ni un ápice a su grandiosidad. Sobre los anaqueles de nobles maderas y barandillas modernistas siguen sobrevolando los escudos de las provincias españolas pintados en su enorme techo. Animado por mi hijo nos hemos sacado el carnet de lectores y ahora somos los socios 288.988 y 288.889 de este gran templo laico coronado por el triunfo de las Letras, las Ciencias y las Artes.





 











6 marzo 2017








Este mediodía he salido a estirar las piernas y después de un cuarto de siglo viviendo en Santa Eugenia he reparado en cosas que hasta ahora habían pasado desapercibidas para mí. Y todo gracias a los estridentes graznidos de una escuadrilla de cuatro cotorras argentinas que en perfecta formación han hecho un vuelo rasante sobre mi cabeza antes de aterrizar en un cedro libanés. Camufladas con sus plumas verdes en el perenne follaje del árbol se volvieron invisibles. Podía oírlas cotorrear pero no verlas por más que las busqué. De repente caí en la cuenta del tamaño de aquel gigante de cien brazos y tronco rugoso, cuya afilada punta superaba la del edificio de 10 pisos que se levantaba a su lado. Alrededor, erguidos sobre la pradera de césped, blancos álamos, estilizados cipreses, espigadas acacias, gruesos pinos y jóvenes sequoias rivalizaban en altura con otras viviendas. Con más de 80 especies de árboles y arbustos registrados en mi barrio vamos camino de convertirnos en los nuevos jardines colgantes de Babilonia y yo sin enterarme hasta hoy ¡Gracias cotorritas chismosas!



 












 8 marzo 2017


Perú no defraudó en ningún momento. Siempre hermoso y misterioso. Continuará.




















10 marzo 2017






Atraídos por los tempranos calores de una primavera prematura, los tulipanes, narcisos, jacintos, orquídeas, campanillas y margaritas que pueblan el jardín colgante de la terraza de casa han decidido abrirse a la luz clara y cálida del soleado día. Cuidadas con mimo por la diestra mano de Elena durante el largo invierno, ellas, agradecidas, le devuelven su esfuerzo con la generosidad del color de sus pétalos, sus delicadas arquitecturas vegetales, el aroma de sus flores, la vista agradable de su presencia antes de agostarse con el calor extremo del verano. Durante una temporada, hijos y marido quedaremos relegados a un segundo plano entre las cosas que más le gustan a la jardinera de nuestro hogar.







 





11 marzo 2017






Pasada semana y media desde mi cumpleaños, todavía no había tenido la oportunidad de celebrarlo con quien me trajo al mundo hace ya más de medio siglo. La Manuela, ya muy recuperada de su ictus, me recibe en el pueblo con la acostumbrada alegría y los ingredientes necesarios para hacer mi tarta favorita: la tarta de galletas con moka. Cuando se trata de arte la sencillez no está reñida con la exquisitez. Con café, mantequilla y azúcar glass se prepara la moka (siempre me reservo el derecho a relamer el brazo de la batidora). Las galletas se empapan en leche con una copita de coñac y se disponen ordenadamente sobre una bandeja. La tercera y última capa se untan con la moka. Freír unas almendras y decorar, y ...... una velita y a soplar. Mi mamá me mima. Yo amo a mi mamá.








13 marzo 2017






¡De puta madre! Y quién me conozca sabe que con esa expresión no ofendo a mi madre, mujer a la que amo sobre todas las cosas. El uso continuado del doble género ha llegado a extremos tan ridículos que ya hablamos de febrero y febrera, marzo y marza. No es necesario demostrar que uno tiene respeto por el género femenino acudiendo a estas ridículas coletillas. Y creo que acabo de meterme en un charco / charca pero no me importa.






18 marzo 2017






Mi primer viaje a Cádiz lo hice con 23 años. Destino: Centro de Instrucción de Reclutas de Camposoto, en San Fernando. Fue una visita de 7 días a gastos pagados. Desde allí me enviaron 12 eternos meses, que viví como un reo, a Melilla, al regimiento de artillería de Ataque Seco. Hubieron de pasar muchas décadas, más de tres, para que Cádiz volviera a llamarme la atención. Hoy he vuelto y os lo voy a contar poco a poco para animar a los que todavía no la conocéis porque aquel rencor que guardaba por el año perdido en el servicio militar, se ha disuelto como un azucarillo nada más poner el pie en esta tierra.







18 marzo 2017






Tal y como indicaba Google, a las 9,00 en punto dejaría de llover en Cádiz, justo a la hora en que aparcábamos en Arcos de la Frontera. Un café con leche y un mollete de pan preñado de aceite de oliva extra virgen nos dio el vigor necesario para subir la empinada Cuesta de Belén. Ante nosotros un estrecho desfiladero de casas encaladas se recortaban en el cielo azul. A partir de ahí todo fue un suspiro. Ahora entiendo que la morisma quiera recuperar lo que un día perdió después de quitarlo a otros que a su vez se lo robaron a otros en una cadena de hurtos que se retrae al s. VIII A.C. Y es que Cádiz es una encrucijada de continentes y culturas que han ido dejando su huella en sucesivos estratos arqueológicos.


 













19 marzo 2017




A mediodía dejamos Arcos de la Frontera recostado sobre su lecho blanco de casas. Una estrecha carretera conduce a Medina Sidonia. Si aquella tiene una fuerte impronta árabe, ésta sobresale por su patrimonio de herencia romana. Con la misma lascivia que la mano del sátiro agarra el pecho desnudo de la ninfa, tomé yo la ciudad entera de Medina Sidonia. Levantada sobre una auténtica ciudad romana que hoy yace a varios metros bajo tierra, los visigodos que tan mal la defendieron... hicieron de ella sede episcopal, las tropas del califa la erigieron en capital, los normandos la saquearon y los cristianos de Alfonso X el Sabio la fortificaron. Impresiona el retablo de la iglesia de Santa María Coronada y el museo erigido sobre el conjunto arqueológico de la vieja ciudad de Asido Caeserina Augusta de la que dos milenios después se mantienen intactos tramos de cloacas y calzada. Un patrimonio para no olvidar.








 












  

 


 


20 marzo 2017






Vejer de la Frontera es uno de esos pueblos en los que el embrujo de la Edad Media te sale al encuentro a cada paso. Llegado a una esquina resulta difícil decidir por qué callejuela, de aquel laberinto, tirar. Todas, en su virginal belleza, te atraen y por todas quieres pasear. Una estrecha calleja coronada por arquillos y con vistas al barrio extramuros te lleva a la judería, otra pasa frente a un convento o desemboca en una plazuela presidida por una iglesia. No hay lugar p...ara los vehículos. Los semáforos son tiestos colgados en un balcón o prendidos en la pared que invitan a pararse para admirarlos. Todo es quietud y sosiego. Un perro curioso se asoma a la ventana para ver quiénes​ son esos turistas que caminan por su barrio. Un grupo de gatos ociosos deambulan perezosos con ademán felino. A la sombra de un magnolio de hojas brillantes una fuente invita a refrescarse antes de subir la breve cuesta que conduce al viejo castillo árabe del s. XI. Traspasado el umbral te recibe un recoleto patio presidido por un orgulloso arco de herradura que en su silencio habla de la gloria pasada de sus constructores. Desde las afiladas almenas se domina el mar de casas de impoluta blancura desparramándose en los montes como las olas sobre los cantiles de la playa; pareciera que quisieran asediar la fortaleza que, hoy, solo está defendida por un jardín con naranjos y olivos y, tiene por centinelas, enhiestas calas de flor blanca y tallo verde. Recuerdos de su pasado moro son las "cobijás", mujeres cubiertas de pies a cabeza con un vestido largo y negro a modo de chador, la fisonomía de los pueblos norteafricanos y los ricos dulces de miel y sésamo. Vejer es la antesala del Paraíso.




 


  









  






21 marzo 2017

El poder de seducción de un símbolo indicando ruinas sobre un mapa es tan irresistible para mí como un capote para el toro bravo. Aunque el conjunto arqueológico de Baelo Claudia quedaba algo distante de nuestro hotel en Cádiz, lo habíamos señalado desde el primer momento como objetivo prioritario. La imagen de columnas erguidas a orillas de una playa con un mar azul intenso, doradas arenas y campos verdes era demasiado tentadora para dejar perder la ocasión. Un didáctico museo explica la historia de lo que empezó siendo una pequeña factoría en el s. II a.C. y terminó con honores de municipio romano, título que el propio emperador le concedió. Situada frente a las costas africanas, allí se elaboraba una apreciada salsa hecha con vísceras fermentadas de atún, llamada "garum". Su sabor especial y las virtudes afrodisíacas la equiparaba en costes al caviar de beluga por lo que solo era accesible a las clases más ricas del Imperio. A pesar de ser arrasada por un maremoto, sobrevivir a los ataques de piratas berberiscos, a la sacudida de un seísmo y a la rapiña de sus restos por moros y cristianos, conserva la mejor infraestructura de una ciudad romana en España, lo que la hace única en su género. Andar por sus calles, asomarse a las depósitos de la factoría, salir al escenario del teatro, subir al podium del templo de Júpiter, visitar la basílica presidida por la colosal estatua de Trajano, entrar a las termas o visitar sus exclusivas tiendas en el "cardum" -calle principal- de oro hicieron, sin duda, de Baelo Claudia la Marbella de la Antigüedad clásica.







































21 marzo 2017






De regreso a Cádiz buscamos un lugar atractivo para almorzar y lo encontramos en pleno Parque Natural Breñas y Marismas del Barbate, en un merendero llamado el Palomar de la Braña, muy cercano a una bonita ruta pedestre que bordea los acantilados que separan Barbate de la playa de los Caños de Meca, conocida como Torre del Tajo. Al precipicio se asoma una vasta extensión de pinos piñoneros centenarios que crecen junto a enebros y palmitos sobre una capa de fina arena de playa... que un remoto cataclismo geológico elevó a casi 100 metros de altura. En lo más alto de la abrupta escarpadura, el rey Felipe II mandó construir una torre vigía, la misma que da nombre a la ruta, desde donde se daba la voz de alarma cuando se avistaban las galeras de piratas berberiscos. Y no muy lejos de allí, cuando la costa ha recuperado la línea de playa, otro coloso se alza sobre el mar desde su islote convertido en un tómbolo de tierra por colmatación de las arenas: el faro de Trafalgar. De mar adentro venía un rumor de olas mezclado con graznidos de gaviotas. Dos siglos atrás, frente a la playa de los Caños de Meca, se batieron las armadas franco-españolas y la británica, en la histórica batalla de Trafalgar. No resulta difícil imaginar la tragedia que acaeció frente a mi vista en octubre de 1805. Cuando se apagaron los estruendos de los cañones y la brisa marina difuminó el olor a pólvora, varios miles de soldados y marineros encontraron su camposanto bajo el mar. Ahora, cientos de jóvenes despreocupados cabalgan sobre ellos a lomos de las olas haciendo windsurfing mientras viejos hippies venden sus baratijas en el camino que lleva a las frías aguas del Golfo de Cádiz.
























22 marzo 2017






Estando a 50 kms de Sanlúcar de Barrameda, villa marinera como pocas, no íbamos a perder la oportunidad de visitar Doñana. Previsoramente había reservado para la ocasión un par de pasajes para el buque Real Fernando, un pequeño barquito turístico que remonta aguas arriba el Guadalquivir para visitar el entorno oriental del Parque Nacional. El río alcanza en su desembocadura unas dimensiones tan considerables que justifica el nombre árabe de Wad al-Kabir (Río Grande) y confunde a gente de secano como yo, que no sabe dónde acaba el río y dónde comienza la mar. A mi favor he de decir que, sin embargo, no ignoraba que de su puerto salió Cristóbal Colón en uno de sus viajes a Indias, o las naves comandadas por el desafortunado Magallanes que cedió la gloria de la primera circunnavegación de la Tierra a Juan Sebastián Elcano, uno de sus capitanes. Su vocación atlántica le convirtió durante varios siglos en la puerta a las Américas. Desde la cubierta observaba con curiosidad como las pequeñas olas de agua fangosa, que surgían inagotables bajo la quilla, iban a morir a los pies de los pinos que se extendían como una delgada línea verde sobre las orillas del turbio cauce del río. El Real Fernando atracó en un pantalán -embarcadero- para ver algunas cabañas restauradas y entender mejor el modo de vida de los antiguos habitantes del Poblado de la Plancha. Algunas aves, flamencos, patos o esporádicas bandadas de moritos doñaneros buscaban su alimento en las charcas de tierra adentro. A mediodía, animados por ellos, nosotros también lo buscamos en un bar del muelle y brindamos en el día de San José por los padres del mundo entero con unas copas de manzanilla y una ración de los afamados langostinos sanluqueños que, por cierto, hacen honor a su fama. Y es que Andalucía tiene un sabor especial.




































23 marzo 2017






El aperitivo que tomamos en Sanlúcar nos abrió las ganas de comer. El sol y un día claro y despejado invitaba a disfrutar de un almuerzo con vistas al mar, en compañía de un buen tinto Beleluin, así es que, de camino a Jerez paramos en la playa de Montijo, en Chipiona, patria chica de Rocío Jurado. Conocía la existencia de los llamados "corrales de pesca" por algunos libros que había consultado sobre Cádiz antes de visitarlo y admito que me moría de ganas por verlos. Por sus ...peculiaridades, tantas que llevaron a pensar a algunos arqueólogos que estaban ante los restos de la mítica Atlántica, este patrimonio debería ser objeto de especial protección pero desgraciadamente no es así y está en vías de extinción. Quizás por eso tuve la sensación de ser un privilegiado al poder pasear sobre sus muros cien o doscientos metros mar adentro. Los corrales es una técnica de pesca tradicional en Andalucía que se remonta a orígenes desconocidos. Lo que más me maravilla es la lucidez de nuestros antepasados para ingeniar con muy pocos recursos soluciones fáciles y económicas para su alimento diario. Idearon un sistema para atrapar el pescado sin enfrentarse a los riesgos del mar abierto, aprovechando las mareas y los taludes de la costa. El agua con la pleamar y, con ella los peces, inundaba los corrales que estaban cercados con muros de piedras porosas, bien dispuestas, sin más argamasa que las propias conchas, percebes y algas que a ellos se adherían. Cuando el agua se retiraba con la bajamar, ésta se filtraba entre las rocas y caños obstruidos con urdimbres dejando atrapados a los peces que eran capturados prácticamente a mano, sin redes ni anzuelos. Paseamos sobre el mar y cuando sentimos el agua lamer nuestros pies regresamos felices antes de que nos alcanzase la marea para ponernos a salvo, en la playa, de las trampas que el ingenio del hombre tendió una vez para su sustento.














 


26 marzo 2017



Aprovechamos la última tarde para ir a Jerez de la Frontera con la idea de ver el Alcázar, una fortaleza-palacio almohade del s. XII, y alguna bodega donde tomar uno de sus afamados vinos. No pudo ser ni lo uno ni lo otro por ser domingo, así es que tuvimos que conformarnos con callejear por el casco antiguo. Que Andalucía vive apasionadamente sus fiestas religiosas no es un secreto para nadie; no hay nada más que caminar por sus barrios para darse cuenta del fervor con que los jerezanos abarrotan la multitud de conventos e iglesias en vísperas de Semana Santa. En la Plaza de la Asunción nos detuvimos frente al antiguo cabildo de la ciudad, un maravilloso edificio renacentista de estilo italianizante tanto por sus decorados como por la galería porticada de esbeltas columnas. Frente a él entablamos conversación con una familia que nos aconsejó vivamente visitar los barrios flamencos de San Mateo, Santiago y San Martín. Y les hicimos caso. Qué gustazo fundirse con aquella marea humana que iba de iglesia en iglesia visitando los pasos de Semana Santa. Las figuras de la virgen del Dolor y la virgen de las Penas y Lágrimas se entremezclaban, como madres amorosas, en aquel barullo de gente bien vestida que acudía con devoción a besar sus pies o su manto. 















 
 




En Cádiz, tierra pródiga en cante y toros, raro es el pueblo que no vio nacer a alguno de estos artistas tan venerados por el pueblo como a sus sagradas imágenes. Acudimos a San Martín a rendir pleitesía a Lola Flores, la Faraona, y a la Paquera. Al lado de las casas donde crecieron se levantan sendas estatuas. Vestidas de faraoles siguen cantando coplas y bulerías insonoras al viento de Jerez desde sus bocas de bronce. Inolvidable visita aunque hubiese sido mejor de haber podido rematarla con un jerez, en una bodega cualquiera.





          














27 marzo 2017

Una mala noche la puede arreglar un buen sueño y ese fue mi caso el jueves pasado. A la cama nos vamos con todo lo vivido y sentido durante el día y, por la noche, cuando la mente se relaja y vuela libre la imaginación en el subconsciente, asistimos en calidad de espectadores-protagonistas al visionado de nuestra vida en un mundo que oscila entre lo real y lo fantástico. A las 3,30 de la madrugada decidí levantarme ante la imposibilidad de seguir durmiendo. Desde el sillón, en la oscuridad del salón, una espesa bruma más allá de los cristales convertía los edificios en sombras fantasmales. La App del tiempo de mi celular daba 0 grados ahí afuera. Me cubrí con una manta y busqué en YouTube un somnífero potente que atrajese los espíritus del sueño. Los más eficaces son los cánticos chamánicos de los indios Sioux y los cansinos mantras budistas pero, en esta ocasión, me decidí por la música sufí a la que tanto me he aficionado mientras escribo. Una letanía de bellas melodías, notas musicales y poemas me llevaron de nuevo al Reino de las Tinieblas. Transportado, seguramente, por las connotaciones andalusíes de los místicos sufís, me encontré paseando por una angosta calle encalada, quizás de alguno de esos pueblos gaditanos que había visitado recientemente. Al fondo de un callejón se abría una placita con abundantes tiestos y puertas azules. Me recosté sobre unos escalones buscando el sol del mediodía. Una joven de ojos oscuros y cabellos azabaches se tumbó junto a mí. Cuando el frío atravesó el espeso tejido de lana que me arropaba y venció al calor del Paraíso, la hurí se desvaneció. Al despertar estaba solo y aterido en el comedor de casa; una melodía oriental de laúdes fue todo lo que quedó de aquel sueño.


30 marzo 2017


Al atardecer, al mismo tiempo que las aves se retiraban a descansar a sus dormideros, nosotros regresábamos a Cádiz después de recorrer a plena luz del día los deslumbrantes pueblos gaditanos y sus bellos parajes. Tres veces milenaria, la antigua Gadir guarda entre sus murallas restos de su pasado cosmopolita. Construida sobre un islote unido a la península mediante un estrecho cordón umbilical de arena, se cierra a tierra firme mediante la Puerta de Tierra, una muralla con más pose de elemento decorativo que defensivo. El resto de la ciudad se protegía de la codicia de los franceses y de los herejes ingleses y holandeses, con baluartes bien dispuestos erizados de piezas de artillería y, castillos, como el de Santa Catalina y San Sebastián con sus esquinas rematadas con garitas. Perderse por sus barrios medievales, pasear por el amplio malecón que rodea la ciudad viendo sus fortificaciones de aires caribeños o la cúpula de la catedral bañada por el oro del atardecer, entrar en sus iglesias perfumadas de incienso, ver la puesta del sol en la playa de la Caleta o cenar en la Plaza de las Flores una buena ración de pescaíto frito es un placer para los sentidos más exigentes. La fusión de culturas mediterráneas y africanas hicieron de Cádiz la Nueva York del mundo clásico conocido en donde tartesos, fenicios, cartagineses, romanos, visigodos, árabes y cristianos se dieron cita a lo largo de los siglos y, donde las calzadas romanas que unen las ruinas de Bolonia, con Medina Sidonia y Cádiz constituyen la Quinta Avenida más larga del mundo.


 






 




31 marzo 2017


Finales de octubre de 1979. Llegamos por primera vez a Madrid cuando las últimas uvas del pueblo habían sido vendimiadas. Mis clases de Historia en la universidad habían empezado dos semanas antes pero para nosotros, los estudiantes de pueblo, el calendario escolar lo seguía marcando las faenas agrícolas. Recuerdo que aquella noche el aire de Canillas, el humilde barrio donde fuimos a vivir, era denso y olía a pedos. Ingenuamente llegamos a pensar que, a ventosidad por persona en una ciudad con tanta gente, la atmósfera tóxica sería cosa natural. La cena, prolegómeno de otras muchas que vendrían después en la llamada “Casa del Hambre” por nuestros amigos y familiares, fue muy escasa. Nos fuimos a la cama con rugidos de tripas por causa del sopicaldo de sobre con exceso de agua que tomamos esa noche. Educados en la división de trabajo propia del medio rural de entonces, los muchachos sabíamos mucho de las tareas del campo pero nada de las domésticas ni de cocinar. A esos menesteres se dedicaban nuestras madres y hermanas. La necesidad agudiza el ingenio y a partir de ese momento iniciamos una meteórica carrera en el mundo de la restauración de supervivencia, alcanzando el grado de chef todos los que allí vivíamos en poco menos de un año. Fruto de aquel aprendizaje son estas deliciosas croquetas que he preparado esta noche, en las que los amigos que compartíamos piso alcanzamos un nivel de refinamiento tan alto que son inigualables. El ADN de la croqueta es muy básico: mantequilla, harina, leche y, muy importante, un potente brazo para mover durante media hora la cuchara de palo con la que se hace la besamel a fuego lento. Dejarla en su justo punto es lo más complicado. Luego se enriquecía con los escasos restos de carne cocida que sacábamos del pecho de un pollo. En aquellas épocas de austeridad no había dinero para añadir una pizca de nuez moscada y, mucho menos, queso o jamón. Pasadas por huevo y revestidas de un liviano vestido de pan rallado, se freían en aceite de varios usos y quedaba crocante y muy rica. Y como lo poco y bueno sabe mejor nos repartíamos solo cuatro por barba por lo que era muy importante comerlas con pan para llenar el estómago. Las noches que se freían croquetas en Canillas eran noches de lujuria culinaria.