Con las últimas luces de la tarde llegamos a Calahorra de Ribas,
en el término municipal de Ribas de Campos, quizás el lugar más emblemático del
Canal de Castilla por ser aquí donde un día de verano de 1753 se puso en marcha
el sueño ilustrado del riojano Marqués de la Ensenada, influyente ministro y
ojito derecho de Fernando VI.


Los edificios preindustriales se fueron reconvirtiendo y adaptando a los nuevos usos. Los avances tecnológicos y el desarrollo de nuevas fuentes de energía permitieron que las fábricas se desanclaran del cauce que les proporcionaba la indispensable fuerza motriz del agua y así, libres de amarras, navegaron sin rumbo sobre tierra firme en busca de nuevos centros más rentables. Lentamente se fue produciendo el inexorable abandono de las instalaciones que apenas un par de siglos antes habían traído prosperidad a estas tierras. Hoy un paisaje de harineras y centrales hidroeléctricas semiderruidas, las mismas que en su día sustituyeron a molinos y batanes, se alzan como gigantes en los márgenes de los saltos de las esclusas, recordándonos que la certeza de la muerte no solo alcanza a los hombres.



Aprobado el “Proyecto General de los Canales de Navegación y Riego
para los Reinos de Castilla y León” presentado por el ingeniero Antonio
de Ulloa, un ejército de picos y palas comenzaron a romper la ladera para
encajar las tres primeras esclusas del Canal que recibirían las aguas del Ramal
Norte, todavía inexistente salvo en los planos del proyecto.

Un monolito de aspecto grave, rematado con escudo y corona como corresponde a toda obra real, fue levantado años más tarde, en 1791, para recordarnos en
letras de molde que en esa fecha vinieron a encontrarse en este punto el río
Pisuerga, parte de cuyo cauce es captado en Alar del Rey, en el extremo del
Ramal Norte, y el río Carrión para continuar desde aquí mezcladas por el futuro
Ramal de Tierra de Campos y el Ramal Sur.
Buena prueba de la importancia del lugar son las edificaciones que
perfectamente alineadas se levantaron junto a las esclusas. A pesar del inminente
estado de ruina, las casas todavía conservan el porte digno de las viviendas
que estaban destinadas a ser el alojamiento de una tropa de ingenieros,
oficiales del rey y capataces encargados de dirigir y supervisar los trabajos. Hoy
permanecen en pie con la inconsistencia de un castillo de naipes hasta que una de ellas se desmorone y desate el colapso total de las
demás y, en su lugar, solo nos quede un montón de escombros como recuerdo.
Con sus formas ovoides y curvilíneas, las esclusas me evocaban
imágenes femeninas. Contemplándolas desde el pretil del puente sentía como me
abrazaban sus elipses y sus inquietas aguas, contenidas por breve espacio de tiempo entre
sus sólidos muros de piedra, me arrastraban hacia el fondo de sus senos, (o
cubetas, para ceñirme más al vocabulario técnico de la obra aunque sea a costa de la pasión). Bajé junto
a ellas para despedirlas, ya libres, en el cauce del río no sin que antes
hubiesen pagado su manumisión moviendo con la fuerza de su corriente ingenios
dentados para girar muelas de molino, impulsar gruesos mazos de madera para
domeñar a golpe de palos bastos paños en los batanes o moviendo pesadas
turbinas para generar electricidad.


Los edificios preindustriales se fueron reconvirtiendo y adaptando a los nuevos usos. Los avances tecnológicos y el desarrollo de nuevas fuentes de energía permitieron que las fábricas se desanclaran del cauce que les proporcionaba la indispensable fuerza motriz del agua y así, libres de amarras, navegaron sin rumbo sobre tierra firme en busca de nuevos centros más rentables. Lentamente se fue produciendo el inexorable abandono de las instalaciones que apenas un par de siglos antes habían traído prosperidad a estas tierras. Hoy un paisaje de harineras y centrales hidroeléctricas semiderruidas, las mismas que en su día sustituyeron a molinos y batanes, se alzan como gigantes en los márgenes de los saltos de las esclusas, recordándonos que la certeza de la muerte no solo alcanza a los hombres.


Aun así el recorrido por este camino de agua, siguiendo las
huellas de las mulas que arrastraban embarcaciones corriente arriba por los
caminos de sirga, dejan imágenes inolvidables de una naturaleza que en estos
secanos de tierras pardas y vegetación rala se realza con sus bosques de galería bien aprovechados por numerosas aves que
anidan en ellos y la presencia de abundantes humedales convertidos en refugios ideales de aves migratorias y esteparias. Y no solo eso, en ese rastro se sigue también
el ingenio del hombre en las numerosas construcciones de esclusas, presas,
azudes, puentes, acueductos, canales de riego…. ingenio que cuando es puesto al
servicio de la Humanidad inevitablemente acarrea desarrollo y bienestar.


Anochecido partimos hacia Población de Campos, a pocos kilómetros de
allí, para poner fin al primer día de viaje que tantas satisfacciones nos había
dado de la mano de Recesvinto y los ingenieros ilustrados que diseñaron e
hicieron real un sueño que merece la pena ser vivido y recorrido. Al menos yo
lo recomiendo vehementemente.

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