sábado, 23 de julio de 2016

UN TRANSBORDADOR ESPACIAL EN EL CAÑAVATE



Doy comienzo a este blog de viajes con algunos comentarios sobre las sensaciones vividas en el pequeño pueblo conquense de El Cañavate, donde hice un alto el pasado sábado, poco antes de llegar a mi pueblo, San Clemente, el cuál dista tan solo a escasos 20 kilómetros.

Muy próximo a la ermita de Rus, el Cañavate participa de su sinuosa geografía, tan atípica en estos lares de la llamada Mancha Alta, que un promontorio que sobresale 50 o 100 metros sobre el resto de la planicie es elevada al rango de montaña por los paisanos. Quizás por eso, los pueblos que allí habitaron desde antaño, se enriscaron en su cima buscando las defensas naturales que ofrecía una comarca tan desasistida en ellas. Con el tiempo se debieron ir confiando y bajaron a poblar la vega del río, acomodándose a uno y otro lado de sus márgenes, en el valle donde la serrezuela forma una pequeña hoz, justo a la altura de la cola de ese gran lagarto de piedra que permanece mimetizado en la tierra a la espera de una desprevenida presa.









Recuerdos de mi infancia sobre el Cañavate son aquellos en que una noche de invierno, ahora sé que del año 1972, vino la Guardia Civil sobre la medianoche a llamar a casa. Mi padre, que por entonces ejercía de teniente alcalde, ante la ausencia del verdadero alcalde, fue avisado de que una violenta riada había anegado el pueblo, arrasando tapias de corrales y viviendas y arrastrando a su paso, con una inusual y violenta corriente, ovejas, cerdos y cuántos animales encontró a su paso. En la memoria de la gente quedaron las imágenes de la Guardia Civil sobre botes neumáticos a más de un metro de altura sobre la carretera, en mitad de la fría noche, al rescate de convecinos atrapados en sus casas.
Y poco más sabía yo de ese pueblo vecino a pesar de la simpatía que siempre me ha despertado su veguilla regada por el otrora cauce pobre pero digno de la geografía manchega del río Rus, su altozano coronado por recias ruinas de un castillo, quién sabe con qué pasado, su zigzagueante camino orlado de un viejo Vía Crucis y del recuerdo amable de un hijo del pueblo y viejo compañero y amigo del instituto, Marcelino, canónigo de la catedral de Cuenca al que llevo sin ver casi 40 años.

Son muchos los años que he pasado por él sin detenerme a conocerlo. Todo lo más que hacía era aprovechar el límite de velocidad de 50 para repartir a izquierda y derecha fugaces miradas, ora a los vejetes que tomaban el sol resguardados del viento en la parada del autobús o sentados en el poyete de su casa, ora a la perfecta geometría del ábside de su iglesia que se abre majestuosa tras la primera curva de la carretera. Y así, movido por la mala conciencia de no conocer debidamente a mis vecinos y por la curiosidad de acercarme a la iglesia, decidí retrasar la llegada a San Clemente unos minutos, los justos para hacer un par de fotos y decir: "bueno, ya he visitado este pueblo".

Lo que vi en compañía de mi mujer me gustó muchísimo. Los minutos iniciales se alargaron a más de una hora. Devorados por el tiempo avanzábamos ligeros de un lado a otro ávidos de conocer ese pueblecito de casas encaladas y calles limpias, antes de reemprender el viaje para acudir a la celebración familiar.

Me llamó la atención extraordinariamente lo muchísimo que se parece su torre a la de mi pueblo. Construida en sillar sólo se diferencia en que ésta es más pequeña y menos recia que aquella. Quizás hijastras de un padre común, el arquitecto renacentista Andrés de Vandelvira que por nuestras tierras repartió parte de su ciencia, es una huella más que nos hermana en una historia común compartida y que todavía hoy nos une. En su estructura tiene bien marcada la escalera de caracol a modo de un semicírculo adosado a una de las cuatro caras de la torre que me recuerda a la de un transbordador espacial acoplado a su lanzadera. La torre sobresale airosa sobre el paisaje de tejados amenazando con despegar para ir en busca de las nubes dispersas por el cielo.

   








Sobre el campanario una pequeña bóveda engalanada con hileras de bolas a modo de una tarta rematada con guindas. La puerta de entrada, resguardada por un pequeño arco triunfal tachonado de casetones, observa al modo clásico, las bellas proporciones acentuadas con un bien dispuesto pavimento moderno que remarca la simetría y perspectiva del conjunto.






Mucho me llamó la atención la inscripción latina con letra gótica esculpida sobre un arco conopial de la fachada. Busqué con fruición en internet y allí estaba descifrado el enigmático mensaje: "AÑO DOMINE MDXI FRIGERE ET NON DICERE", es decir, cuando hace frío, cuando hay dificultades, es mejor callar y guardar silencio. Sabias y prudentes palabras que Antonio López de Zuazo, profesor de la Universidad Complutense, intenta explicar en un artículo publicado en el 2006 cuando, según parece, en esa época, el Cardenal Cisneros mandó tallar varias inscripciones en latín y español pudiendo ser ésta una de ellas. El sentido de la leyenda tiene tantas interpretaciones como explicaciones a su presencia en esa pared. Yo me quedo con la que apunta que fue traída del derruido castillo, e imagino, que puesta allí a modo decorativo como un sillar privilegiado por los bellos caracteres de la caligrafía gótica.







De todos modos lo bonito de esta experiencia en un pueblo tan desapercibido para mí, como el mencionado, es que ese constaté lo que ya barruntaba desde hacía mucho tiempo: si aprendiésemos a mirar con atención descubriríamos cosas inimaginables detrás de las apariencias más sencillas. Sólo por eso merece la pena darnos una oportunidad para pasear por nuestros pueblos y ver qué se esconde a la vuelta de cada esquina.



El Cañavate tiene tanto que contar que habrá una segunda parte para hablar de las ruinas de su castillo, de la ermita que se levanta a su sombra y hacer una mención a la historia con el pretexto del lignum crucis, astilla de la cruz de Cristo, que hasta un día no muy lejano atesoró en su iglesia.

2 comentarios:

  1. Lo que viene a confirmar que, una vez leída la tourne peruana, lo más lejano, pero versado, era más conocido que lo cercano pero anónimo. La historia de este pueblo es la de las manos que construyeron lo que hoy conocemos como España. Eternamente agradecido por mi parte.

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  2. Buena comparación de la torre con el transbordador!!!
    Un abrazo!

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